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La administración de medicamentos inhalados en el tratamiento del asma permite alcanzar el efecto rápidamente, reduciendo los efectos adversos. Los inhaladores o cartuchos presurizados son los dispositivos más utilizados. En este sistema el aerosol contiene una cantidad fija de medicamento suspendida en un propelente que se evapora rápidamente. Es esencial que exista sincronización entre la inspiración y la activación del sistema, por lo que a menudo se hace un uso incorrecto, especialmente en niños y ancianos, que hace necesario instruir a los pacientes y evaluar su uso para corregir defectos. Su uso se asocia a disfonías e infecciones fúngicas orofaríngeas, que se pueden evitar con enjuagues de boca y con el uso de cámaras de inhalación (o espaciadores), que son unos dispositivos que además permiten que la inspiración no tenga necesariamente que coincidir con la pulsación del sistema y facilitan la distribución endobronquial. Los inhaladores de polvo seco son sistemas que no usan propelentes y que se activan mediante la inspiración del paciente, por lo que su uso es menos complejo. Para que el mecanismo funcione el paciente ha de inspirar con fuerza, por lo que su uso está contraindicado en las crisis agudas de asma. En el medio hospitalario se usan nebulizadores, que constan de un depósito, donde se coloca el medicamento con suero fisiológico, acoplado a una mascarilla que mediante una fuente de aire/oxígeno o ultrasonidos convierte la solución en un aerosol. Esto elimina la necesidad de coordinación y de fuerza de inspiración. Como desventaja presentan un elevado coste, necesidad de hacer una solución y una fuente energía para funcionar. En menores de 15 meses no se debe utilizar porque puede producir deterioro clínico por la acidez del preparado y los cambios osmolares durante la inspiración.
Palabras claves:
  • AEROSOL
  • EDUCACIÓN
  • INHALADORES
  • POLVO
  • RIESGOS

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