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La realización de los trabajos domésticos habituales no requiere un entrenamiento físico especial, pero sí unos músculos y huesos fuertes, junto con un buen sentido del equilibrio. Sin embargo, el valor de estas facultades no es apreciado hasta que empiezan a fallarnos las fuerzas, los huesos se vuelven frágiles y el equilibrio desaparece. La mujer puede permanecer fuerte y ágil a lo largo de los años, pero para ello se precisa un poco de ejercicio. La mujer tiene más grasa corporal, menos masa muscular y ósea que el hombre. A medida que vamos envejeciendo, la masa muscular y ósea se va perdiendo, ya que la mujer parte de una cantidad inferior de estos tejidos, a una edad más temprana presenta mayores riesgos para tener problemas asociados a la edad. Ello se agrava con el hecho de que la mujer posee una esperanza de vida más larga que la del hombre. El entrenamiento o ejercicio físico puede mejorar la calidad de vida incrementando la fuerza muscular para realizar las actividades diarias y permanecer independiente durante más años. El ejercicio físico puede favorecer también la estructura ósea; se ha demostrado que la actividad física en la mujer postmenopáusica reduce el riesgo de fracturas, ya que incrementa la densidad ósea. Los huesos viejos tardan más en responder que los huesos jóvenes y en las personas mayores se requiere más ejercicio para prevenir la pérdida ósea. Es importante estimular el desarrollo de programas para mujeres mayores, tanta para prevenir discapacidades en mujeres sanas, como para mejorar el estado de salud de mujeres que sufren enfermedades discapacitantes como artritis reumatoide, tres veces más frecuente en mujeres que en hombres. El ejercicio ha demostrado ser uno de los tratamientos no farmacológicos más efectivo en la artritis ya que reduce el dolor y mejora la funcionalidad y la calidad de vida.