La miocarditis es una enfermedad inflamatoria del músculo cardíaco. En la mayoría de casos la presencia de miocarditis responde a la existencia de algún virus. Los virus más frecuentemente implicados en la miocarditis son los enterovirus (fundamentalmente Coxsackie tipo B), adenovirus, virus herpes humano 6, virus Influenza y parvovirus B19, aunque otros menos frecuentes como el virus Epstein-Barr o el citomegalovirus también han sido asociados a esta enfermedad. Además de los virus, otros agentes infecciosos como Borrellia burgdorferi o Trypanosoma cruzi pueden ser causa de miocarditis, aunque con baja frecuencia en nuestro medio. Algunos fármacos pueden producir miocarditis a través de reacciones de hipersensibilidad (algunos antiepilépticos y antibióticos) o por efecto cardiotóxico (antraciclinas), así como algunas enfermedades sistémicas por mecanismos autoinmunes (lupus eritematoso sistémico, esclerodermia). La enfermedad presenta gran heterogeneidad en su curso clínico y pronóstico, pudiendo presentarse desde una enfermedad viral leve que se resuelve sin tratamiento hasta un cuadro de shock cardiogénico, o como muerte súbita. Los síntomas de presentación suelen ser de tipo respiratorio (polipnea, tos) o digestivo (vómitos, dolor abdominal) y generales (decaimiento, inapetencia o fiebre). La inespecificidad de estos síntomas provoca que en muchos casos se retrase el diagnóstico. Algunos pacientes presentan sintomatología aguda de fallo cardiaco, siendo los síntomas más frecuentes en este caso disnea, dolor torácico, síncope y arritmias. El cuadro más grave es el de miocarditis fulminante, caracterizada por el desarrollo agudo (< 3 días) de signos y síntomas de fallo cardiaco avanzado. En todos los casos, existe la posibilidad de que se genere daño permanente del miocardio y progresión a miocardiopatía dilatada.
De acuerdo a su etiología y fisiopatología, existen varias líneas de tratamiento de la miocarditis: para el tratamiento de la insuficiencia cardiaca, los fármacos más empleados son los IECA (captopril) y antagonistas del receptor de angiotensina (losartan), betabloqueantes (fundamentalmente carvedilol y metoprolol) y diuréticos. En general, se desaconseja el uso de digoxina. En pacientes con disfunción severa puede llegar a precisarse tratamiento con inotrópicos, soporte mecánico cardiocirculatorio, implantación de dispositivos de asistencia ventricular e incluso trasplante; Cuando existe arritmia, en una proporción importante de los casos, especialmente en la fase aguda, el tratamiento no difiere de su manejo convencional; el empleo de antivirales se ha mostrado útil en algunos modelos animales, pero su utilidad en la práctica es dudosa, dado que el diagnóstico de la miocarditis suele realizarse semanas después de que haya tenido lugar la infección viral. El interferón beta se ha utilizado con éxito en pacientes con miocardiopatía dilatada crónica en los que se observó persistencia del virus en tejido miocárdico; los efectos antiviral e inmunomodulador de las inmunoglobulinas han sugerido su utilidad como tratamiento endovenoso de la miocarditis viral. En una serie de niños tratados con inmunoglobulina en dosis de 2g/kg/24h se observó una mejoría significativa en supervivencia, por lo que algunos autores recomiendan su uso en niños con miocarditis aguda; por último, y en relación a tratamientos con inmunosupresores, la mayoría de estudios han mostrado que no son útiles en el tratamiento de la miocarditis aguda viral. Sí pueden ser beneficiosos en el tratamiento de miocarditis de células gigantes o en el contexto de enfermedades autoinmunes. El uso de corticoides también ha mostrado beneficio en el tratamiento de miocarditis eosinofílica por hipersensibilidad a fármacos.